LA HEROICA GESTA DE LOS MATÍAS LUPO - Capítulo III

Nicanor terminó su carajillo y mientras se removía en la silla del “Abstente Abstemio” - bar al que solía acudir con frecuencia, ahora que h...

Nicanor terminó su carajillo y mientras se removía en la silla del “Abstente Abstemio” - bar al que solía acudir con frecuencia, ahora que había decidido dejar de beber... por las mañanas… - pidió un “sol y sombra”. Al calor del alcohólico maridaje evocó los viejos recuerdos que a la memoria asomaban…

-Desde luego, vaya familia… Sí, los conocía muy bien…

Los abuelos de Nicanor eran de Encinacoja y, aunque él había nacido y vivía en Huesca, muchos veranos pasaba semanas con ellos. Además, había estudiado en los Jesuitas de La Almunia con Agamenón, el menor de los Lupo.

-Qué tiempos aquéllos –suspiró- cuando éramos compañeros en el seminario… y cómo le gustaba el morapio…
-No sé cuántas veces nos emborrachamos, ni cuántas nos subimos en medio de la noche al tejado de la residencia a fumar colillas y a “escupir Nerudadas” contra el cierzo mientras, henchidos de sueños, nos hundíamos en el océano estrellado y hacíamos presentes, futuros misioneros en otras tierras y en otros mares…

-“Puedo escribir mis versos mas “chistes” esta noche…”

Los ojos de Nicanor se humedecieron por los viejos recuerdos.

Nunca podrá olvidar, sobre todo, esa noche de San Juan:
Habíamos saltado profanamente las hogueras, y ganado a perdigonadas, en una garita de ferias, una botella de pacharán. La que pillamos… y como nos reímos declamando a la luna ripios improvisados “a dúo” inspirados por el cálido licor:

-¡Vino que a mi boca vino! ¡Vino de rojo color!
-¡De mi vejiga saliente, amarillo es tu rubor!
-¡Baja presto y caluroso, a la celda del Pastor!
-¡Y llévale de mi parte, un gran cuesco atronador!

Fue esa noche –pensó- cuando Agamenón, meando desde lo alto del tejado hacia la ventana del cuarto de Don Severino - nuestro maestro de Latín - se resbaló en su propia orina y cayó hasta el patio. Creo que allí se decidieron nuestros destinos: a él, tras cinco meses en cama y roto por veinte partes, “le fue revelado” en sus febriles días que La Virgen de la Candela, a quien se encomendó si se curaba, lo llamaba a su servicio. Y respecto a mí, bueno… fue mi padre quien me “reveló” tras un impresionante “hostión” que la patria me llamaría “a su servicio” en breve, que tampoco era señora menor, digo yo...

-Qué tiempos aquéllos…- suspiró una vez más.

Pidió un segundo “sol y sombra” y se dispuso a continuar con la lectura:

“…de la presencia de dos hombres, que permanecían petrificados y mirando incrédulos en derredor el indescriptible espectáculo que acabábamos de organizar…”

- ¿Qué se les ofrece, señores? - Les preguntó Leónidas, en un tono tan afable y cordial que sonó completamente fuera de lugar habida cuenta del caos que nos rodeaba.

- Pero, ¿se puede saber qué es lo que está pasando aquí? ¿Qué están haciendo ustedes?- contestó el hombre que parecía más mayor - Soy el Concejal de Administración Territorial del Ayuntamiento de Huesca. Vengo comisionado por el Gobierno de Aragón. Estamos buscando al señor alcalde de Encinacoja, pero… Vacilaba ligeramente al hablar viendo la pinta de todos nosotros y francamente, no me extrañaría que pensase que se encontraba delante de algún peligroso grupo de locos satánicos o algo así.
- Les ruego me digan dónde puedo encontrarle.

- Pues lo tiene usted delante. Soy yo, Leónidas Matías Lupo para servirle.
Leónidas se adelantó con la mano extendida y una sonrisa de oreja a oreja. El concejal, receloso y suspicaz todavía, se la estrechó y se presentó mientras mi hermano casi le desgajaba el brazo con las cuatro brutales sacudidas con las que acostumbraba a “obsequiar” a las autoridades.

- An-to-lín Pe-ral-ta-.
El concejal apenas pudo pronunciar su nombre al ritmo de los vaivenes que le imprimía Leónidas en la extremidad.
- Y este es mi secretario, Juan Ramón Medina.

- Encantado de conocerles. ¿Y qué se les ofrece? Bueno, antes que nada, disculpen el desorden. Hemos tenido una serie de imprevistos al término de la misa, en fin ya sabe usted, son cosas que pasan, “accidentes caseros”. Pero vengan, vengan señores, vayamos a la alcaldía y allí podremos hablar tranquilamente…

-Gracias, señor Alcalde, llevamos meses intentando contactar con usted pero no hemos obtenido respuesta pese a que le hemos enviado varios certificados y no hay manera de que nos cojan el teléfono.

-Ya, mire… Desde que el cartero tuvo alguna “discrepancia” con Rómulo y Remo, nuestros perros, quedamos en que bajaríamos nosotros al cruce de la comarcal... La cuestión es que últimamente hemos estado muy ocupados con el esquileo y la preparación de la viña, ya sabe usted… Respecto al teléfono… Verá… Es que tuvimos que utilizar el cobre para atirantar las cepas… Tenemos previsto reponerlo en breve, descuide.

-En fin, el caso es que el asunto es urgente y muy importante así que hemos venido para tratarlo personalmente con usted ya que no puede esperar.

-Bueno, vaya… En ese caso reuniré al pleno en “El Aula de Juntas Importantes…”

Se dirigieron todos a la salida sacudiéndose el polvo de la ropa mientras yo me desataba el arnés y bajaba del balconcito…

Cuando llegué a fuera, todos habían tomado ya asiento en el portal de la iglesia, pues era allí donde se ubicaba “El Aula de Juntas Importantes” y que no era otra cosa que un semicírculo a modo de remedo del Tribunal de las Aguas de Valencia donde, labrados en roca viva (obra de mi tío Hegisto) habíamos colocado, sin demasiado pulimento, trece figuras sentadas más o menos parecidas a los doce apóstoles y al Nazareno. Y allí, en sus rugosas y toscas haldas, habían de colocarse - como pudieran y según la delicadeza de sus traseros - los congregados y exponer al amparo de tan recta presencia y virtud cuantos asuntos fueran calificados de importantes. La imposición de tan severo asiento no dejaba de tener su lógica, ya que obligaba a decisiones aceleradas ante situaciones que se suponía demandaban urgencia. La verdad es que desconozco si los señores funcionarios comprendían la sutileza de la intención, pero, a juzgar por las veces que se retrepaban en el ingrato mineral y la cara que ponían, me atrevería a asegurar que no acabaron de ver la conveniencia y ventajas de tal asentamiento…

-Bueno, pues como le estaba diciendo, señor Alcalde…- comenzó diciendo el concejal de urbanismo al tiempo que intentaba acomodarse en el cruel regazo de Judas y se golpeaba la cabeza con su ladina barba que, para dar mayor énfasis a su villanía, mi tío la había esculpido especialmente puntiaguda…

-Un momento- interrumpió Leónidas desde el regazo de San Pedro.
-Aún no hemos abierto la sesión. Señor Secretario, proceda - le indicó a César teatralmente con un movimiento de cabeza.

César, tomó una escobilla de finos sarmientos que para estos menesteres utilizábamos y la introdujo en el cubo de “agua lustral” que tenía a sus pies y que obteníamos bajo la “tuerta” mirada de la luna nueva del manantial de la ermita de San Prudencio. El agua no la cambiábamos hasta que se gastaba y, teniendo en cuenta que el último asunto importante que se había tratado, creo recordar, había sido el posponer la entrada del año nuevo hasta que Diógenes se curase de unas fiebres y hacía más de seis meses de esto, pues ya os podéis figurar el olor y aspecto que presentaba.
Así que, enérgicamente removió bien el infecto líquido y, con solemnidad y parsimonia, fue asperjando a todos los presentes, empezando por los foráneos, al tiempo que recitaba las palabras que abrían la sesión:

-“Alea jacta est” (la suerte está echada), aunque me parece que no era precisamente suerte lo que había echado y que chorreaba por toda la cara del sorprendido concejal y su secretario…

-Bueno, ya está bien, acabemos de una vez…
Un cierto y creciente enojo se traslucía en la cara del funcionario mientras se limpiaba con la manga de su chaqueta.

-Señor alcalde: estamos aquí para entregarle personalmente la providencia del Ayuntamiento de Huesca, por la cual se procede a la apertura del periodo de evaluación y alegaciones al objeto de fijar las indemnizaciones pertinentes por la expropiación de propiedades de Encinacoja que de forma inminente se van a realizar...

- Perdone usted señor… “Pera-alta”, pero no acabo de comprender qué es lo que quiere usted decir…

- Mire, señor Alcalde- el concejal pidió a su secretario unos papeles que exhibió delante de mi hermano - Aquí tengo las autorizaciones previas, firmadas por su alcaldía, con fecha de abril del pasado año, que facultaban a los ingenieros de la Confederación Hidrográfica a realizar las prospecciones geofísicas y de impacto ambiental para el estudio del proyecto…

Mientras hablaba fue variando el tono de su voz: de enfado (por la salpicada de San Prudencio, supongo yo) a soberbia. Y esa condición, estimados lectores, es algo que a los Matías Lupo nos sabe realmente muy, pero que muy mal… Todo lo contrario que el orgullo, que lo apreciamos como una cualidad loable en cualquier hombre que se precie de ser llamado como tal.

Leónidas echaba la memoria atrás y creía recordar, en efecto, que unos señores por abril del año anterior habían estado por la zona y les había firmado algunos papeles pero, que él supiese, lo que le habían solicitado tenía que ver con la instalación de un criadero de angulas en el cauce del río… Bien es cierto que ese día convalecía en casa aquejado de una ligera indisposición que la ingesta de un “medicinal y definitivo” brebaje contra la melancolía le había producido, pócima que su hermano Nerón había destilado de la corteza de algarrobo y mezclado con hiel de liebre, lombriz macerada y cresta de gallo…
-Bebe hermano, bebe, que si no corre tu ánimo habrá de volar en breve…- Eso le dijo el muy ladino.
Al cabo de tres días Leónidas apareció desnudo y corrido de arañazos en el gallinero incubando unos huevos y mirando estrábico en derredor igualico que una gallina clueca

- A ver si lo entiendo- le interrumpió Leónidas, a quien el lenguaje burocrático y el tono del concejal empezaban a molestarle -Me está usted diciendo que algunas tierras del pueblo van a ser expropiadas por parte del Ayuntamiento de Huesca…

- ¿Algunas?- contestó el concejal llegando al paroxismo de la soberbia sin ocultar la satisfacción que le embargaba -Creo que no me he explicado bien… No señor Alcalde, algunas no: ¡Todas! ¡Todas sin excepción! Todo esto va ha ser anegado por la construcción de un pantano mucho más grande que el que tienen ustedes aquí. Todo el valle de Troncales va a ser inundado. Vamos a poner en regadío cientos de hectáreas y se construirá además una central hidroeléctrica que…

- Un momento… Nos está usted diciendo que ¡todo el pueblo! no, ¡todo el valle! va a ser inundado para construir un jodido pantano… Pero… ¿usted está bien de la cabeza? ¿Se da cuenta del disparate que está diciendo? Leónidas se había levantado y señalaba con su enorme dedo al concejal. Éste, un poco amedrentado por el gesto iracundo de mi hermano, continuaba enceguecido intentado explicar las ventajas que nos iba a reportar la obra.

- Pero entiendan señores que este pueblo está muerto, ya casi no queda nadie. Naturalmente, recibirán un justo precio por sus tierras…

-¿Cómo? ¡¿Está usted sugiriendo que vendamos la tierra de nuestros padres, de nuestros abuelos por treinta monedas de plata?! Me parece que usted no sabe lo que dice- El ambiente subía de temperatura por momentos. Los ceños de mis hermanos empezaban a arrugarse y sus miradas no presagiaban nada bueno.

- Ay Dios -pensé- esto no acabará bien…

- Usted no sabe con quién está hablando. - contestó el concejal encarándose con Leónidas - No le consiento que me hable en ese tono… Esto ya está decidido, es de interés general y se acabó… Así que les guste o no habrán de marcharse de aquí.

- ¿Irnos de Encinacoja?- Leónidas calló un momento.

El concejal descargaba con aire de suficiencia todas las legalidades vigentes habidas y por haber sobre la cuestión. Mi hermano apoyó su enorme frente en su manaza y parecía reflexionar y asumir todo lo que el funcionario estaba diciendo. En un momento dado supe que había dejado de escuchar todos aquellos reglamentos y legalismos que salían de la boca del funcionario, levantó su cara y perdió su mirada en la lejanía. El resto de nosotros aguardábamos expectantes. De repente dijo, con una extraña y pasmosa tranquilidad, y creo que aquí se decidió todo lo que sucedió después:
- Diógenes… ¿tú crees que un cura vale lo que dos concejales?

- Yo diría que sí - contestó sin vacilar.

- Y vosotros, ¿pensáis que dos concejales hacen un cura?

El concejal y su secretario dejaron de hablar y se miraban sin comprender.

- Sin duda alguna hermano. Escrito está en el Libro: “A falta de un cura, buenas son dos burras” y dadas las circunstancias, en esta tesitura se podrían asimilar.

Asintieron todos.



Leónidas se acercó al parapeto que nos separaba del pantano y en un ingenuo e inocente tonillo conciliador emplazó al concejal y a su secretario:
- Así que, díganme señores: ¿y desde dónde a dónde va a ir la presa de ese majestuoso pantano?

Leónidas les esperaba al borde del pequeño muro y miraba señalando despreocupado a la lejanía. Los funcionarios se acercaron hasta su lado, ufanos de haber hecho comprender por fin a estos palurdos lo inútil de sus réplicas. Mis hermanos les siguieron.

-Pues está previsto que la pared de la presa comience justo contigua a esa pared rocosa que se ve en lontananza y…

No les dio tiempo a decir nada más. Rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos, se vieron agarrados y levantados en vilo por doce manos cual tenazas y arrojados sin contemplaciones al agua. Pudimos ver como sus rostros se mudaban a blanco mientras volaban braceando hacia el “a-rrojo” que diez metros más abajo había esperado pacientemente un año entero su acostumbrada ración de cura. Mientras caían un cascado grito brotó de sus gargantas hasta que el viejo pantano les recibió en sus fauces.

- ¡Joder, es qué no podéis dejar de hacer locuras! - les espeté mientras me quitaba las vestiduras de celebrar y me tiraba al agua. Mis hermanos gritaban de jubilosos:

¡Concejal y secretario, al agua van este año…!
¡Y para mayor ventura, allá va también el cura…!

Aún acerté a ver allá abajo las chupadas pelambres de los funcionarios pegadas a sus rostros antes de zambullirme en el pantano un año más, después de todo…

- Por aquí señores - indiqué a los asustados bañistas cuando salí a la superficie. - No es fácil encontrar las escaleras para subir. Yo ya estoy acostumbrado, vengan - les dije mientras les señalaba una conocida escala de hierro pegada a la muralla…

Mis hermanos nos esperaban en lo alto del muro. Habían dejado de reír y con felinos ojos miraban con gesto adusto al concejal y su secretario que como dos “fillesnos” empapados, no acertaban a enlazar una frase con otra:
- ¡Nos han intentado matar, criminales… nosotros… les vamos a denunciar… están ustedes locos! Vociferaban mientras se dirigían chorreando hacia el coche con el que habían venido.

- ¡Que les quede muy claro, señores… aquí no se va a hacer ningún embalse salvo este que ya está! - les gritaba Leónidas - ¡Y díganle al excelentísimo señor alcalde que antes que el naciese los Matías ya trillábamos esta tierra y por tanto, por los derechos que nos dan el sudor y la sangre que nuestra familia ha vertido en estos lugares desde tiempo inmemorial, con toda justicia aquí nos quedamos! ¡Y háganle saber que no ha nacido aún varón cuyos cojones se presten a cotejo con los nuestros y por consiguiente de aquí no nos vamos si no es con los pies por delante! ¡Y no se hable más!

Y estaba hecho. Ahora sí que la suerte, verdaderamente, estaba echada…

Los funcionarios se dirigieron dando traspiés a su coche, lanzando improperios y amenazas varias: que si denuncias, que si la guardia civil… Por encima de sus cabezas pasó volando el maletín que se habían dejado y se estrelló contra la puerta del vehículo abriéndose ruidosamente y esparciendo todos los papeles que contenía, con lo que se ponía punto final a la aciaga entrevista que tan amablemente habíamos tenido…

Vimos como se alejaban carretera abajo seguido de un revoloteo de folios dispersos y supongo que también dedicándonos unas cuantas docenas de maldiciones de las que es mejor, dado mi natural pudor, nada saber…

El graznido de dos cuervos cruzando el aire rubricó la cálida mañana y atravesó como un cuchillo el silencio que sobre nosotros había caído. Leónidas levantó la vista hacia el cielo y lentamente pronunció las palabras que yo había temido oír desde el principio:
-Hermanos, mal presagio anuncian los heraldos de Odín… Hora es ya de pedir consejo… Hay que consultar el Libro…

-Santo cielo –pensé- el Libro… Que Dios nos ayude…

Relacionados

LOS MATÍAS LUPO 1372763220422654150

Publicar un comentario

emo-but-icon

Recientes

Lo + visto

Coment.

SERVICIOS

item