PREGÓN FIESTAS DE RIVAS 2008
Siento emoción y orgullo. Emoción ante este acto tan significativo que refleja, a mi entender, el cariño de todo un pueblo. Y orgullo, porqu...
http://www.rivaspress.com/2008/08/pregn-fiestas-de-rivas-2008.html
Siento emoción y orgullo. Emoción ante este acto tan significativo que refleja, a mi entender, el cariño de todo un pueblo. Y orgullo, porque realmente me siento orgulloso de estar hoy aquí, tratando de transmitir desde lo más profundo todo aquello que creo y siento respecto a un pueblo con el que, permitidme que lo diga, me siento absolutamente identificado. Porque a lo largo de más de 25 años he recibido muestras más que suficientes para sentirme un riverano más. Por eso gracias por hacerme merecedor de este honor y gracias por permitirme formar parte de la historia.
Y ahora quiero hablaros de Rivas. Del Rivas que yo veo, conozco y siento. Pero ¿cómo definir de forma objetiva a todo un pueblo? ¿Y cómo hacerlo sin que la pasión, los sentimientos o la amistad nublen la objetividad?
Geográficamente, Rivas es un enclave a orillas del Arba de Luesia, cuya historia se remonta a los inicios del siglo XII y que, desde su origen, ha pertenecido administrativamente a Ejea. Pero Rivas es algo más. Mucho más.
Aquí llegué, con mis escasos 19 años, en plena efervescencia de mi juventud, un año de mundiales de fútbol y acontecimientos políticos que iban a marcar la historia de este país.
Dicen que la juventud es etapa determinante en la vida. Ese periodo en el que el futuro es incierto, los amigos se fraguan y el amor se busca, es al mismo tiempo el más intensamente vivido. Y lo vivimos con gentes y en tiempos que te viven. Y así pasó mi juventud. Abrazado a esa Marcuera verde y ocre. Envuelto por ese Arba intermitente y sosegado, que fue poco a poco regando mis por entonces incipientes raíces a sus orillas. Y al abrigo del cierzo, o escapando al bochorno, la piel se va erizando al compás de “La Regolvedera”, en la única sombra de la plaza, en duras mediodiadas de este agosto cincovillés que nos atenaza.
Y los amigos siguen creciendo, en juergas ahora recordadas, con el bombo y la maza alcanzando acompasados golpes para que “Gacela” suene y despierte en alegres dianas, llamando al humeante café y a las familiares torrijas. Porque aquí fue, lejana la época de juventud con nuestras dudas, nuestras inquietudes y nuestras inagotables aspiraciones, donde han ido creciendo grandes amigos.
Y pasa la vida, y las gentes te abrazan, te integran. Y poco a poco te das cuenta de que eres uno más. Reflejado en sus problemas. Con sus fiestas y tradiciones como tuyas. Y te sientes feliz. Y ya en la fuente o en el sangradero, ya en Areños o Valdescopar, o en largos y renovados paseos por la Cierra, que un día fueron lo que fueron, disfrutas en soledad de lo que te rodea. Y esas gentes, tus gentes. Y esos amigos, tus amigos. Y ese Paso tan lejano y a la vez tan próximo, van creciendo contigo, mientras la juventud se diluye y nuevas generaciones llaman a la puerta.
Y unos nacen y otros mueren. Y esas viejas cuadrillas van sosteniendo una historia viva, desde San Victorian a San Miguel, dispuestas siempre a dar cobijo al que llega, alegrando largas sobremesas con una guitarra, un acordeón o con las notas de un solitario e incansable saxofón curtido por años y años de boleros, pasodobles y bailes bajo ese bombillón que en tiempos alumbró.
Y de bandas, charangas, farinosos, gacelas, procesiones y ranchos hablas y hablas sin cesar, allá donde el destino te lleva. Y comentas Rivas. Y te sientes Rivas. Y te sienten Rivas. Y el pueblo madura a tu paso. Y crece. Y tú mantienes ese sentir infantil de cuando la alfalfa dallada o los trigos espigando te envolvían de ternura y grandes proyectos. Y esos proyectos se cumplen. Y a temporadas te alejas. Y vas y vuelves. Y siempre, siempre, al regresar, esa sensación de paz y de hogar te acompaña.
Y en esas largas trasnochadas veraniegas, desafiando al cierzo en la plaza, hablando de aquí y de allá con inverosímiles chaquetas que atesoran todo lo que fuimos, fluyen los cafés entre tus manos mientras el recuerdo te transporta - ¡que mayores nos hacemos¡ - a esas escaleras del viejo Café y a cálidas meriendas otoñales, y la plaza bulle de crios y resuenan los ecos de juegos de antaño.
Y como marcan estas Cinco Villas duras. Como marcaron mi infancia y como han marcado mi juventud y madurez. Y ahora aquí, en plena efervescencia festiva, con todo el orgullo y emoción que uno pueda sentir, para deciros que he sentido crecer Rivas a mi lado. Que hemos sido compañeros inseparables de viaje. Que huellas imborrables ha dejado en mi y que, como guardián de mis grandes amigos, hemos sido cómplices de vivencias irrepetibles.
Y esas vivencias se reflejan ahora en los que a tu lado crecen. Y observas como esas enérgicas y adolescentes cuadrillas mantienen vivas las tradiciones, creando lazos de amistad intensa, mientras en el parque, en la fuente o en la plaza, esa impetuosa juventud revive la historia y se entremezcla con abuelos desguazados por el tiempo, escribiendo nuevamente ese libro de la vida que nos acompaña. Y así, entre San Isidros secos y duros, otoños de siembras inciertas y veranos de bailes en la plaza, vamos pasando el tiempo.
Por eso, cuando nuevamente los pañuelos se anudan, cuando botellas de cava luchan por desprenderse de sus ataduras, cuando vosotros, todos, estáis dispuestos a dar rienda suelta a vuestras emociones, solo me queda por decir que otras generaciones vendrán y sentirán igual. Y serán el futuro. Y serán solidarios con otras culturas y otros pueblos que, bien por su dilatada experiencia, bien por su recién iniciada andadura, aportaran siempre riqueza. Y ese futuro, hoy aquí sentado impaciente, utilizará las más potentes armas: la cultura, la música, el deporte, y sobre todo, la palabra.
Porque como dijo Víctor Hugo: “Los pueblos son grandes, no por el tamaño de su territorio, ni por el número de sus habitantes. Ellos son grandes, cuando sus hombres tienen conciencia cívica y fuerza moral suficiente, que los haga dignos de civilización y cultura”
VIVA LA VIRGEN DE LOS ANGELES¡¡¡
VIVA RIVAS¡¡¡
Emilio Gil Rivas, 20 de Agosto de 2008
Y ahora quiero hablaros de Rivas. Del Rivas que yo veo, conozco y siento. Pero ¿cómo definir de forma objetiva a todo un pueblo? ¿Y cómo hacerlo sin que la pasión, los sentimientos o la amistad nublen la objetividad?
Geográficamente, Rivas es un enclave a orillas del Arba de Luesia, cuya historia se remonta a los inicios del siglo XII y que, desde su origen, ha pertenecido administrativamente a Ejea. Pero Rivas es algo más. Mucho más.
Aquí llegué, con mis escasos 19 años, en plena efervescencia de mi juventud, un año de mundiales de fútbol y acontecimientos políticos que iban a marcar la historia de este país.
Dicen que la juventud es etapa determinante en la vida. Ese periodo en el que el futuro es incierto, los amigos se fraguan y el amor se busca, es al mismo tiempo el más intensamente vivido. Y lo vivimos con gentes y en tiempos que te viven. Y así pasó mi juventud. Abrazado a esa Marcuera verde y ocre. Envuelto por ese Arba intermitente y sosegado, que fue poco a poco regando mis por entonces incipientes raíces a sus orillas. Y al abrigo del cierzo, o escapando al bochorno, la piel se va erizando al compás de “La Regolvedera”, en la única sombra de la plaza, en duras mediodiadas de este agosto cincovillés que nos atenaza.
Y los amigos siguen creciendo, en juergas ahora recordadas, con el bombo y la maza alcanzando acompasados golpes para que “Gacela” suene y despierte en alegres dianas, llamando al humeante café y a las familiares torrijas. Porque aquí fue, lejana la época de juventud con nuestras dudas, nuestras inquietudes y nuestras inagotables aspiraciones, donde han ido creciendo grandes amigos.
Y pasa la vida, y las gentes te abrazan, te integran. Y poco a poco te das cuenta de que eres uno más. Reflejado en sus problemas. Con sus fiestas y tradiciones como tuyas. Y te sientes feliz. Y ya en la fuente o en el sangradero, ya en Areños o Valdescopar, o en largos y renovados paseos por la Cierra, que un día fueron lo que fueron, disfrutas en soledad de lo que te rodea. Y esas gentes, tus gentes. Y esos amigos, tus amigos. Y ese Paso tan lejano y a la vez tan próximo, van creciendo contigo, mientras la juventud se diluye y nuevas generaciones llaman a la puerta.
Y unos nacen y otros mueren. Y esas viejas cuadrillas van sosteniendo una historia viva, desde San Victorian a San Miguel, dispuestas siempre a dar cobijo al que llega, alegrando largas sobremesas con una guitarra, un acordeón o con las notas de un solitario e incansable saxofón curtido por años y años de boleros, pasodobles y bailes bajo ese bombillón que en tiempos alumbró.
Y de bandas, charangas, farinosos, gacelas, procesiones y ranchos hablas y hablas sin cesar, allá donde el destino te lleva. Y comentas Rivas. Y te sientes Rivas. Y te sienten Rivas. Y el pueblo madura a tu paso. Y crece. Y tú mantienes ese sentir infantil de cuando la alfalfa dallada o los trigos espigando te envolvían de ternura y grandes proyectos. Y esos proyectos se cumplen. Y a temporadas te alejas. Y vas y vuelves. Y siempre, siempre, al regresar, esa sensación de paz y de hogar te acompaña.
Y en esas largas trasnochadas veraniegas, desafiando al cierzo en la plaza, hablando de aquí y de allá con inverosímiles chaquetas que atesoran todo lo que fuimos, fluyen los cafés entre tus manos mientras el recuerdo te transporta - ¡que mayores nos hacemos¡ - a esas escaleras del viejo Café y a cálidas meriendas otoñales, y la plaza bulle de crios y resuenan los ecos de juegos de antaño.
Y como marcan estas Cinco Villas duras. Como marcaron mi infancia y como han marcado mi juventud y madurez. Y ahora aquí, en plena efervescencia festiva, con todo el orgullo y emoción que uno pueda sentir, para deciros que he sentido crecer Rivas a mi lado. Que hemos sido compañeros inseparables de viaje. Que huellas imborrables ha dejado en mi y que, como guardián de mis grandes amigos, hemos sido cómplices de vivencias irrepetibles.
Y esas vivencias se reflejan ahora en los que a tu lado crecen. Y observas como esas enérgicas y adolescentes cuadrillas mantienen vivas las tradiciones, creando lazos de amistad intensa, mientras en el parque, en la fuente o en la plaza, esa impetuosa juventud revive la historia y se entremezcla con abuelos desguazados por el tiempo, escribiendo nuevamente ese libro de la vida que nos acompaña. Y así, entre San Isidros secos y duros, otoños de siembras inciertas y veranos de bailes en la plaza, vamos pasando el tiempo.
Por eso, cuando nuevamente los pañuelos se anudan, cuando botellas de cava luchan por desprenderse de sus ataduras, cuando vosotros, todos, estáis dispuestos a dar rienda suelta a vuestras emociones, solo me queda por decir que otras generaciones vendrán y sentirán igual. Y serán el futuro. Y serán solidarios con otras culturas y otros pueblos que, bien por su dilatada experiencia, bien por su recién iniciada andadura, aportaran siempre riqueza. Y ese futuro, hoy aquí sentado impaciente, utilizará las más potentes armas: la cultura, la música, el deporte, y sobre todo, la palabra.
Porque como dijo Víctor Hugo: “Los pueblos son grandes, no por el tamaño de su territorio, ni por el número de sus habitantes. Ellos son grandes, cuando sus hombres tienen conciencia cívica y fuerza moral suficiente, que los haga dignos de civilización y cultura”
VIVA LA VIRGEN DE LOS ANGELES¡¡¡
VIVA RIVAS¡¡¡
Emilio Gil Rivas, 20 de Agosto de 2008