Unos fuegos de cine
Nadie los contó, pero fueron 1.080 segundos. Había que medir. Más que nunca. Porque la idea era hacer coincidir el punto álgido de una melo...
http://www.rivaspress.com/2012/07/unos-fuegos-de-cine.html
Nadie los contó, pero fueron 1.080 segundos. Había que medir. Más que nunca. Porque la idea era hacer coincidir el punto álgido de una melodía con el asombro y ese «ohhh» tan propio del estallido. Por eso, este año a los fuegos les cambiaron el nombre: Espectáculo piromusical. Luces en el cielo de Santander con los acordes de Supermán (fue el primero), Piratas del Caribe, Madagascar o Mátrix... El objetivo, una noche de cine. Aunque, para eso, en noches como la de ayer en la intrahistoria de los veranos santanderinos, a muchos no les hace falta banda sonora.
Esa fue la novedad. Arrancaron dos minutos después de las once y se instalaron treinta altavoces para que se escucharan las canciones. Desde primera hora de la mañana ya habían cerrado el tramo de la Segunda Playa de El Sardinero entre el Cormorán y el Roma. Un perímetro de seguridad. El espectáculo, como otros años, corrió a cargo de Pirotecnia Zaragozana. Exactamente, 18 minutos. Los promotores no recordaban que se hubiera hecho antes algo así en la capital cántabra. El momento cumbre de Odisea en el Espacio o el 'Tan, ta tan, tarararán' de la Guerra de las Galaxias (fue el final, lo mejor) a la vez que la explosión de color en lo oscuro. Muy efectista.
Por lo demás, la crónica de una noche de fuegos es una fotocopia de verano en verano. Son horas cargadas de costumbrismo. Con escenas por las que, en mayor o menor medida, casi todos han pasado. La de esperar a un autobús y viajar como sardina en lata (aunque desde el Ayuntamiento se refuercen las líneas y se avise con antelación). La de bajar el coche y dar mil vueltas para encontrar un sitio -con el «papá, no llegamos» en el asiento trasero-. La de correr cuesta abajo por Los Pinares (porque ésta es consecuencia de la anterior) tras aparcar en General Dávila... Todo ocurrió ayer, favorecidos por el buen tiempo y el hecho de no madrugar al día siguiente.
Por todas partes
Y más. Porque todo el mundo, entre las miles de personas que asistieron, trata de coger el mejor sitio (y siempre está ese cabreo con el tipo alto que se pone delante). Por Piquío, a la altura del Chiqui... Donde ayer se agolpaba la otra marea, la humana. También en la playa. Aunque esa es zona para jóvenes ya con cierta experiencia en la nocturnidad o para aquellos que, precisamente por ser la noche de fuegos, pueden llegar algo más tarde. Alguno se vino arriba y hasta se dio un chapuzón nocturno. Baños de luna.
«Las dos noches del verano en Santander son la del día después del chupinazo y la de la noche de fuegos en Santiago», decía un taxista. Y, por eso, además de asombros y estética, fue también noche de caja. Para arreglar el mes en las terrazas de El Sardinero, en las casetas, en las ferias, en los puestos de helados y en todo lo vendible a la multitud. Por toda la ciudad. Porque la marea, cuando se apagaron las luces en el suelo, se esparció a la carrera. Los niños, a casa. Pero en Cañadío, la Plaza de México o Puertochico la noche se les hizo larga.
Por lo demás, la crónica de una noche de fuegos es una fotocopia de verano en verano. Son horas cargadas de costumbrismo. Con escenas por las que, en mayor o menor medida, casi todos han pasado. La de esperar a un autobús y viajar como sardina en lata (aunque desde el Ayuntamiento se refuercen las líneas y se avise con antelación). La de bajar el coche y dar mil vueltas para encontrar un sitio -con el «papá, no llegamos» en el asiento trasero-. La de correr cuesta abajo por Los Pinares (porque ésta es consecuencia de la anterior) tras aparcar en General Dávila... Todo ocurrió ayer, favorecidos por el buen tiempo y el hecho de no madrugar al día siguiente.
Por todas partes
Y más. Porque todo el mundo, entre las miles de personas que asistieron, trata de coger el mejor sitio (y siempre está ese cabreo con el tipo alto que se pone delante). Por Piquío, a la altura del Chiqui... Donde ayer se agolpaba la otra marea, la humana. También en la playa. Aunque esa es zona para jóvenes ya con cierta experiencia en la nocturnidad o para aquellos que, precisamente por ser la noche de fuegos, pueden llegar algo más tarde. Alguno se vino arriba y hasta se dio un chapuzón nocturno. Baños de luna.
«Las dos noches del verano en Santander son la del día después del chupinazo y la de la noche de fuegos en Santiago», decía un taxista. Y, por eso, además de asombros y estética, fue también noche de caja. Para arreglar el mes en las terrazas de El Sardinero, en las casetas, en las ferias, en los puestos de helados y en todo lo vendible a la multitud. Por toda la ciudad. Porque la marea, cuando se apagaron las luces en el suelo, se esparció a la carrera. Los niños, a casa. Pero en Cañadío, la Plaza de México o Puertochico la noche se les hizo larga.