Victorinos y Riveranos

Los seis toros de Victorino Martín fueron aplaudidos en el arrastre. Bien está cuando el público soberano así lo decidió. Sin embargo, con e...




Los seis toros de Victorino Martín fueron aplaudidos en el arrastre. Bien está cuando el público soberano así lo decidió. Sin embargo, con el mayor de los respetos, a servidor le pagan por decir lo que piensa. Criterio lo llaman. Y con él debo afrontar la presente crónica… y las próximas.

Entiendo que los ejemplares segundo y sexto fueran premiados con una fuerte ovación en el inicio de su viaje al más allá; al primero de Javier Castaño por encastado y acometedor, incluso por enclasado, aunque, todo sea dicho, al toro le faltó fondo. Es por ello que el diestro salmantino debió de calibrar la altura del engaño en los embroques, trazar los pulseados muletazos en la línea recta y aliviar el remate de cada uno de los pases. Un detalle, no pudo Castaño rematar más que media docena de pases por debajo de la pala del pitón. Creo que exagero, me sobran dedos de una mano. Por decirlo de un modo más directo, si el toro exhibió sus virtudes en el ruedo de Cuatro Caminos fue gracias a la generosidad de un torero que no mostró la más mínima duda, ni apretó y exigió de verdad al despegado y vareado cárdeno herrado con la A coronada. También medido y administrado en el número de muletazos por serie, el astado agradeció el sutil trasteo de Castaño. Lástima que tras rematar su notable faena con unos consentidos ayudados por alto, el torero marcara un pinchazo antes de dejar más media estocada definitiva.

Comparto igualmente la ovación el ejemplar que cerró festejo, el segundo del lote de “Morenito de Aranda”. Fue “”Escriño” el premio gordo del encierro de Victorino Martín. Modestamente armando, enmorrillado, de generoso cuello y viga, el toro descolgó la cara y se empleó con fijeza y clase en varas. Enganchado al engaño, sometido y templado por “Morenito de Aranda” en los compases iniciales, el toro descubrió su sobresaliente fondo. Y es que el toro quiso desplazarse más allá de donde el torero burgalés remató los muletazos. Le faltó concretar a “Moreno”, meterse en harina, romperse de verdad, profundizar las embestidas para ahondar el toreo. Volteado sin consecuencias al abrir por el pitón izquierdo una inoportuna puerta, el torero regresó a la cara de su oponente para construir tres nuevas tandas con la mano derecha. Discontinuas en su factura. Conjugó Jesús templadísimos muletazos, algunos de ellos trazados al ralentí, con inoportunos toques y ligeros desplazamientos. Con todo, la emoción del percance, encontró el refrendo del único espadazo logrado a la primera en toda la tarde. Estacada entera de sincera ejecución, algo atravesada, que le permitió a “Morenito” pasear un trofeo mayoritariamente demandado por el respetable.

Al lío. Lo que no logro entender son las ovaciones al resto de los astados del encierro. Bueno sí, aunque para ello debo recurrir a la sugestión “torista”; ésa misma que predispone a los públicos para observar más allá de las genuinas prestaciones de los astados. Y es que el primero fue un toro, excesivamente castigado en varas, que acusó su falta de raza y difuminó, entre su manifiesta sosería y la atinada lidia de Ferrera, algunas significadas complicaciones. Remiso y pelín reservón, fue toro que se dejó empujar a regañadientes y sin rebosarse. De igual modo, el segundo del lote del extremeño fue morlaco justito de raza, fondo y clase, noble y manejable que dejó hacer al torero. De casi todo, menos bajarle la mano. Entonces quedaba como aletargado. Ni para detrás, ni para delante.

Qué decir del tercero, un astado manso y bruto que arreó con la sola intención de deshacerse del engaño y se apagó cuando el torero acortó las distancias. Y del quinto, un toro desrazado, sin empuje ni transmisión, al que Javier Castaño corrió la mano sin quitarle nunca la franela de la cara. Si el diestro sufrió algún topetazo fue consecuencia de que el toro punteaba y sin engaño se quedaba poco más allá de la cadera, en los terrenos del espada. Inteligente, bien planteada y de sólido hilo conductor, la labor de Cataño no encontró eco en los tendidos. Y es que, ayer pareció festejo para mayor gloria de Victorino Martín.

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